martes, 29 de junio de 2010

Abrazado a la tristeza.

- Ay, Odín...
- Jajaja!- rió él, entre jadeos, observándola al detalle.
- ¡No me mires así!- ella se dio la vuelta, nerviosa.
- Si ya te he visto todo.
- Bueno, pero no me mires así...
Él la rodeó con sus fuertes brazos, pegándola a él. Ella sonrió, y se giró para mirarlo de frente. Clavó la mirada en sus grandes ojos negros, profundos y llenos de odio.
- ¿Me odias?- dijo ella.
- Pues claro que no, joder...
Volvió a sonreir y cerro los ojos, dándole un beso en la comisura de los labios. Él pensó en lo desprotegida y sola que estaba. No tenía a nadie, ni nada, no sabía dónde ir y tampoco qué hacer con su vida. Sabía lo que quería, pero no cómo conseguirlo.
La ayudaré, no voy a dejarla sola, murmuró, pensando que lo decía para sí.
- ¿No me dejarás sola?
- No, no te voy a dejar sola, ¿me odias?
- No sabes cuánto te quiero, Romeo.
- No sabes cuánto te necesito, Julieta.
Y así eran ellos dos, Romeo y Julieta, una comparación pobre pero que venía a la perfección. Cuánto odio podían retener las personas, cuánta envidia, cuánta ira, cuántos celos... pensaban los dos en silencio. Y ella se preguntaba; ¿por qué nos quieren separar?, y él pensaba, ¿por qué me la quieren quitar?
- Mi niño...
- Dime.
- ¿En qué piensas?
- En que estoy abrazado a la tristeza más bella, en que tengo ganas de tí...
- Pues sigue comiéndome un ratito más...

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