lunes, 1 de marzo de 2010

Dime, dime.

Iba caminando por las calles una fría mañana con su camiseta negra a medio muslo, sus mallas de leopardo y sus botas. Pasaba por el centro y llegó a su destino. Supo que era su destino cuando mirándo al suelo vió sus zapatillas rotas y desechas, clavadas en el suelo, esperándola. Lo miró de pies a cabeza. Miró cada detalle. Su pelo largo. Su perilla. Sus ojos grises. Su boca rosada de labios finos. Su nariz puntiaguda. Sus pómulos. Su sonrisa blanca.
Tomaron un un café en un bar cercano y ella cuidadosamente rozó su muslo a la entrepierna de él, haciéndolo estremecer. Entonces, le susurró al oído un "Fóllame, fóllame lentamente, salvajemente, hasta morir. Házmelo como nunca se lo has hecho a nadie. Recorre mi cuerpo con tú lengua porque sé que lo deseas... Estámpame contra una pared, métemela hasta el fondo y hazme gritar tu nombre"

No hay comentarios:

Publicar un comentario