lunes, 1 de marzo de 2010

¡Ay, qué amor!

Bailando se encontraba aquella encantadora niña de dorados cabellos.
Cantando, y riendo sus padres la observaban.
Poco a poco crecía. Y ya no era una niña.
Era una mujer. Una mujer, que adoraba el placer.
Adoraba el sexo. Adoraba que se le erizara la piel.
Las duchas frías. El café. La música.
Adoraba el Ballantines y adoraba por encima de todo a ese chico... a ese hombre, ese hombre que le sacaba diez años.
Su compañero de orgasmos interminables en una cama, el baño de un bar, el cine, el suelo, el coche, el parque, en una pared. ¡Cómo lo quería!

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