viernes, 30 de abril de 2010

Todo pasa por algo.


Es como esa sensación de no querer despertar nunca. Oir el ruido de la noche, el viento. Mirar las estrellas con un cigarro entre los dedos y las lágrimas resbalándose por tus mejillas.
Piensas en todo lo qué te ha pasado. Tanto bueno como malo. Y quieres con todas tus fuerzas recordar momentos que se han ido de tu memoria. Están a lo lejos y no lo comprendes.
Quieres salir, quieres dar una vuelta y seguir llorando como una estúpida pensando que va a regresar. Pensando que su ida no tenía nada que ver contigo, aunque en cierto modo, sabes que es así. Le echas a culpa y te echas la culpa. El mundo entero tiene la cupa de todo esto. Quieres estar sola completamente, quieres pensar. Conocerte es lo más maravilloso que le ha podido pasar, pero tú eso no te lo crees por mucho que te lo diga y te lo repita una y otra vez.
Tienes la cara como una magdalena de tanto haber llorado, pero eres entrañable y tú misma te recuerdas a una especie de niña pequeña con cuerpo de adulta, que no quiere que nadie toque sus cosas y llora si alguien se las quita.
Te miras al espejo y sabes que te estás llendo. Te estás muriendo por dentro. Caes y caes y nadie está allí para darte la mano y ayudarte a levantarte. Así que decides quedarte en el suelo, quedarte en el suelo frío y cerrar tus ojos despacio, oyendo el sonido del viento, de la noche en calma...

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